Premisas teóricas / Theoretical premises

El consenso se ha presentado como el modelo ideal para cualquier procedimiento que implique el debate entre ideas, sea en el ámbito propiamente político, en el de la educación, la cultura o las relaciones sociales en general. Así hemos sido educados en la idea de que cada cual ha de renunciar a parte de sus pretensiones en aras del bien común, tratando de controlar los impulsos egoístas y cultivar los hábitos de la colaboración. Esta idea se ha impuesto de tal modo que se ha llegado a identificar consenso con democracia y a considerar consiguientemente el desacuerdo como su principal enemigo.

Para este modelo consensual de democracia la virtud ciudadana más apreciada sería la capacidad de renuncia, renuncia al deseo y a las emociones, también a aquello que nos hace o podría hacernos diferentes. Por otra parte, el bien común que aspiramos a lograr mediante el consenso es, en tanto que fruto de la cesión de unos y otros, un bien devaluado, un acuerdo de mínimos que no contenta a nadie y que excluye a algunos.

Este modelo consensual ha socavado la esencia conflictiva de nuestra democracia. Una democracia que surgió en Europa con las revoluciones burguesas del siglo XIX como articulación de dos lógicas contradictorias, por un lado, la afirmación de la libertad individual; por otro, el logro de la igualdad y el respeto de la soberanía popular.

Hoy, la democracia se encuentra en un momento de profunda inestabilidad y desafección porque la aceptación de las políticas neoliberales como única vía de modernización ha socavado sus fundamentos. La tensión entre los principios de igualdad y libertad se organizó como una lucha entre izquierda y derecha que hoy la hegemonía del neoliberalismo ha vaciado progresivamente de sentido. Y ello porque el debate ha sido reducido a la alternancia de partidos profesionalizados que se enfrentan retóricamente, pero que, en realidad, colaboran en el mantenimiento del statu quo. La apariencia de que se discute en torno a alternativas claramente diferenciadas esconde en realidad un acuerdo de base y esto hace que el conflicto se traslade a los márgenes del sistema político, sea reclamando una renovación de la democracia, sea generando reacciones antidemocráticas.

Si es verdad que la discusión y la expresión del conflicto son esenciales para la democracia, hemos de sospechar que este simulacro de combate supone una degradación muy preocupante de la misma. Es urgente desenmascarar la cara oculta del consenso, un consenso que impone formas cada vez más refinadas de uniformización social, y que excluye también hacia afuera, tal como las dificultades para reconocer los derechos de ciudadanía a los inmigrantes hace patente hoy en Europa.

En paralelo a la crisis de representación política de los partidos, los ciudadanos han visto reducidas las posibilidades de influir en las instituciones. En ellas son convocados a participar para decidir acerca de la mejor manera de gestionar sus derechos sin poder cuestionar las leyes del mercado marcadas por una pequeña oligarquía. El demos, el pueblo soberano, se ha convertido en una categoría “zombi” y ahora vivimos en sociedades posdemocráticas (Mouffe, 2018). Mientras tanto, las políticas neoliberales han aumentado las diferencias entre ciudadanos, generando desigualdades que ya no sólo afectan a las clases populares sino a buena parte de las clases medias.

En este contexto de crisis democrática, han surgido diferentes movimientos sociales que pretenden paliar las desigualdades del capitalismo salvaje y recuperar la voz del pueblo confiscada por las élites financieras. Para Judith Butler (2017) la lucha de estos movimientos por convertir el pueblo en un campo abierto a elaboraciones más amplias de la democracia es la estrategia fundamental para asumir y perseguir la igualdad. Las acciones de estos movimientos se identificarían con lo que Carl Boggs (1977) denominó “políticas prefigurativas”: prácticas políticas que encarnan en su estructura organizativa nuevas formas de relaciones sociales, toma de decisiones, cultura y experiencia humana. En esta línea, John Holloway (2010) considera que la lógica que comparten estos movimientos populares respondería al siguiente enunciado: Refuse-and-create. Más que como estrategia para la conquista del Estado, Holloway (2005) las concibe como movimientos intersticiales que crean diferentes cracks en la estructura del sistema y proponen modos alternativos de interactuar que prefigura un modo de vida post-capitalista.

Otra consecuencia de la actual crisis de la democracia es el cuestionamiento del papel de las emociones y afectos en la política. Si el modelo consensual de la democracia suponía que los actores políticos actuaban a partir de deliberaciones racionales y cálculo de intereses, la voluntad de ampliar los límites de la democracia nos lleva hoy a preguntamos por el potencial de cambio que emociones como el desencanto, el miedo o la indignación están cobrando. Si bien la filosofía política había reconocido siempre el papel del patriotismo, la fraternidad o la empatía, una concepción pluralista de la democracia debe manejar sentimientos como el empoderamiento, la rebeldía y el inconformismo o emociones como la rabia, la indignación o la frustración.


Consensus has been presented as the ideal model for any procedure that involves debate of ideas, whether in the political field, education, culture or social relations in general. We have been taught to believe that everyone must give up part of their pretensions for the common good trying to control selfish impulses and cultivate habits of collaboration. This idea has been imposed in such a way that it has come to identify consensus with democracy and consequently to consider disagreement as its main enemy.

For this consensual model of democracy, the most appreciated virtue in citizens would be the capacity to renounce desires and emotions, as well as to renounce that which makes or could make us different. On the other hand, the common good that we aspire to achieve through consensus is, insofar as it is the fruit of the renouncement, a devalued good, an agreement of minimums that does not please anyone and excludes some.

This consensual model has undermined the conflictual essence of our democracy. A democracy that emerged in Europe with the bourgeois revolutions of the nineteenth century as the articulation of two contradictory logics: on the one hand, the affirmation of individual freedom; on the other, the achievement of equality and respect for popular sovereignty.

Today, democracy finds itself in a moment of profound instability and disaffection because the acceptance of neoliberal policies as the only means of modernization has undermined its foundations. The tension between the principles of equality and freedom was organized as a struggle between the left and the right that has been emptied of meaning by the hegemony of neoliberalism nowadays. And this is because the debate has been reduced to the alternation of professionalized parties that face each other rhetorically, but actually collaborate in the maintenance of the status quo. in fact, discussing clearly differentiated alternatives apparently hides a basic agreement and this causes the conflict to be transferred to the margins of the political system, either calling for a renewal of democracy or generating anti-democratic reactions.

If it is true that the discussion and expression of the conflict are essential for democracy, we must suspect that this simulated combat is a very worrying degradation of democracy. It is urgent to unmask the hidden face of consensus, a consensus that imposes increasingly refined forms of social uniformization and also excludes the outside world, just as the difficulties in recognizing the citizenship rights of immigrants are evident in Europe today.

In parallel to the crisis of political representation of the parties, the possibilities for citizens to influence the institutions have been reduced. They are called upon to participate in order to decide on the best way to manage their rights without being able to question the laws of the market imposed by a small oligarchy. The demos, the sovereign people, has become a “zombie” category and now we live in post-democratic societies (Mouffe, 2018). Meanwhile, neoliberal policies have increased the differences between citizens, generating inequalities that no longer only affect the popular classes but also a good part of the middle classes.

In this context of democratic crisis, different social movements have emerged that seek to alleviate the inequalities of savage capitalism and recover the voice of the people confiscated by the financial elites. For Judith Butler (2017) the struggle of these movements to turn the people into a field open to broader elaborations of democracy is the fundamental strategy for assuming and pursuing equality. The actions of these movements would be identified with what Carl Boggs (1977) called “prefigurative policies”: political practices that embody in their organizational structure new forms of social relations, decision-making, culture, and human experience. In this line, John Holloway (2010) considers that the logic shared by these popular movements would respond to the following statement: Refuse-and-create. Rather than as a strategy for the conquest of the State, Holloway (2005) conceives them as interstitial movements that create different cracks in the structure of the system and propose alternative ways of interacting that prefigure a post-capitalist way of life.

Another consequence of the current crisis in democracy is questioning the role of emotions and affections in politics. If the consensual model of democracy assumed that political actors acted on the basis of rational deliberations and calculation of interests, the will to expand the limits of democracy leads us today to ask about the potential for change that emotions such as disenchantment, fear or indignation are gaining. While political philosophy had always recognized the role of patriotism, fraternity or empathy, a pluralistic conception of democracy must handle feelings such as empowerment, rebellion and non-conformism or emotions such as anger, indignation or frustration.

Referencias

 

Balibar, E. (2008). Historical dilemmas of democracy and their contemporary relevance for citizenship. Rethinking Marxism, 20(4), 522-538.

Boggs, C. (1977). Marxism, Prefigurative Communism, and the Problem of Workers’ Control. Radical America 11 (November),

Butler, J. (2017). Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea. Barcelona: Paidós.

Holloway J (2010) Crack Capitalism. London: Pluto.

Laclau, E. & Mouffe, C. (2001). Hegemony and socialist strategy. New York, NY: Verso.

Mouffe, Ch. (2007). Prácticas artísticas y democracia agonística. Barcelona: MACBA y Universidad Autónoma de Barcelona.

Mouffe, Ch. (2013): Agonistics. Thinking the World Politically, Londres, Verso.

Rancière, J. (1999). Disagreement. Minneapolis, MN: University of Minnesota Presss.